divendres, 27 d’abril del 2012

Y cada cual será responsable de sus actos

Durante estos próximos días, previsiblemente, se llevarán a cabo un buen número de manifestaciones, en diversas ciudades, coincidiendo con el primero de mayo, la reunión del BCE en Barcelona y el primer aniversario del 15 M, principalmente. Muchas personas saldremos a la calle, pacíficamente, para expresar nuestro malestar, nuestra disconformidad, nuestra indignación… y espero que realmente seamos multitud. Para que esto sea así y para que sea un triunfo aplastante de la sociedad democrática sobre la dictadura de los mercados financieros y el seguidismo de los gobiernos, hago un llamamiento a todas y todos aquellas y aquellos que estamos contra la inhumadidad de este sistema para que estas manifiestaciones se desarrollen sin ningún acto de violencia por nuestra parte, que no haya ninguna excusa ni temor para que todo el mundo pueda unirse a ellas. Nuestra victoria llegará, nuestra voz deberá ser escuchada, cuando las calles rebosen, cuando sea todo un pueblo quien está diciendo basta. Si se produce alguna acción violenta que abone la intervención de la policía en las manifestaciones, habremos perdido. Pensadlo bien compañeras y compañeros, no estamos sol@s, actuemos pensando en la inmensa mayoría y carguémonos, delante de ella y delante del mundo, con toda la legitimidad y toda la razón. Y así, ante la ciudadanía y ante el mundo, cada cual será responsable de sus actos.

dimecres, 25 d’abril del 2012

La noche de los cuchillos largos

¿Aún queda alguien que siga pensando que que el PP y el PSOE son lo mismo? ¿Aún queda alguien que siga repitiendo que no somos de izquierdas ni somos de derechas?
He dicho mil veces que no tenía la más mínima intención de defender la obra de gobierno del PSOE: permitió que se mantuviera la burbuja inmobiliaria, no se enteró o no quiso enterarse de lo que pasaba, tomó medidas tan costosas como inútiles y no tuvo la decencia de plantarse ante la Unión Europea, convocar elecciones y decir que recortaran ellos, que su puesto estaba al lado del pueblo español. Todo eso es imperdonable. Y no muestra propósito de enmienda. Cada vez que les oigo hablar de sentido de estado y responsabilidad institucional me pongo a temblar  ¿Responsabilidad con quién, con el gobierno del PP o con el pueblo? Porque ambas cosas son antagónicas.
Cuando leo en facebook u otros medios mensajes tan ingénuos como desesperados llamando a la revolución, pienso que es ahí, dentro de las formaciones políticas de izquierda y los sindicatos de clase donde debería producirse una verdadera revolución. Y donde esa revolución sí es posible, si los sectores más críticos dejan de cavar su tumba y plantan cara al aparato.
Esta  esterilidad de la izquierda contrasta con la extremada eficacia de la derecha a la hora de convertir el país en una carnicería. Los socios europeos y los mercados financieros aplauden con las orejas.
Ya lo advirtió Rajoy: “tendremos el estado del bienestar que nos podamos permitir”, o, quitando la licencia retórica, “tendréis el estado del bienestar que os podáis permitir”, o sea, más bien poco.
Las tijeras ya han quedado obsoletas. El gobierno se ha pertrechado con un completo equipo de carnicero: cuchillos afilados, hachas, sierras mecánicas…, digno de los más celebres asesinos en serie. Y cortan y cortan con prodigalidad: en los salarios, en las pensiones, en las prestaciones sociales, en la supuesta gratuïdad de la sanidad y la educación. Sin complejos, para ellos, reducir a la mínima expresión los servicios públicos, dejarlo todo, incluso la vida de las personas, en manos de los mercados, como en su día hicieran Thatcher, Reagan o Pinochet, forma parte de su ideología. Y así, nos prometen que para el año que viene más -es cuestión de mantener viva la presa- . Maruja Torres les llama los liquidadores.
Eso sí, aunque no lo parezca son recortes selectivos. Están sinceramente interesados en reducir el número de parados. Son un contingente improductivo y costoso, potencialmente peligroso y que da muy mala imagen del país y de su gestión. Por eso promulgan, sin encomendarse a nadie, la ley de relaciones laborales, por la cual, el trabajador o trabajadora se convierte prácticamente en un instrumento al servicio de las necesidades de la empresa, prácticamente sin límites, mejor esclavos que parados. Decíamos que teníamos que exportar el sindicalismo a China y mira por donde la ley nos retrotratae a las condiciones de trabajo de los chinos, con el regocijo de los empresarios. Algunos llegan a encontrar fórmulas imaginativas para paliar el paro como que se autorice a los parados a vender su sangre por setenta euros semanales (¿y por qué no los órganos digo yo? Total, un riñón más o un riñón menos…). No sé si el gobierno lo estudia.
Hay otro sector social por el que el gobierno se preocupa especialmente: los ricos. Entiéndaseme bien, no es que el gobierno no quisiera una mayor contribución de los ricos al bienestar colectivo, claro que sí, tontos no son. Pero tiene que surgir de ellos, no se les puede forzar, porque, si se les fuerza, se llevan su dinero a otra parte, a algún paraíso fiscal sin ir más lejos y, como decimos en catalán, perdemos bous i esquelles. Por eso proponen medidas como la amnistía fiscal para las grandes fortunas no declaradas, y que nadie se extrañe si dentro de un tiempo empiezan a proliferar las galas benéficas. Un alto cargo de la Generalitat de Cataluña lo explicaba como una cuestión de física elemental: “no podemos presionar más impositivamente a las rentas más altas porque entonces se irán a cotizar donde les salga más barato”.
¿De dónde pues se puede sacar tajada sin diezmar al rebaño ni correr el peligro de quedarnos peor de cómo estábamos? De las clases medias, claro: medias-bajas, medias-medias, medias-altas… medias en definitiva. Trabajadores, estudiantes, pequeñas y medianas empresas, jubilados con pensiones medianamente decentes… De ahí, con la mano certera del carnicero avezado, pueden salir buenos filetes para alimentar a los mercados financieros.
Pero se corre el peligro de que las clases medias, o sus cachorros, se resistan y se radicalicen y de que, unidos a los desheredados del país, se revuelvan de mala manera contra el gobierno y los estamentos privilegiados por el capital financiero. Por eso, el gobierno, además, amparándose en la amplia mayoría que le dimos en las urnas, implanta una especie de estado de excepción, de suspensión de ciertas garantías democráticas, como es el control, ahora directo, de los medios de comunicación públicos y, sobre todo, el endurecimiento de las penas y la tipificación de nuevos delitos relacionados con el derecho a la manifestación. En Cataluña, el inefable conseller Puig, ha puesto en funcionamiento una web para que todas las personas de bien puedan “denunciar los actos vandálicos y a los violentos”.
Mientrastanto, en Andalucía, la coalición de gobierno entre PSOE e Izquierda Unida se propone crear un banco público y un impuesto específico para las rentas más altas. La cosa es lo que es y tiene el recorrido que tiene, porque, un banco público ¿con qué? ¿de dónde van a salir los fondos y todos los depósitos y garantías de solvencia que ahora se exige a los bancos? Y el impuesto a las grandes fortunas va a recaer, como no puede ser de otra manera, en el patrimonio. ¿Qué harán si las grandes fortunas se niegan a pagarlo? ¿Expropiar tierras y cortijos, si les dejan? ¿Y qué se hace en estos tiempos con tierras y cortijos?
En cualquier caso, la música es completamente distinta y abre una rendija a la esperanza de que, si la izquierda se decide a hacer de izquierda de una maldita vez, se pueda conseguir algo. No hace falta esperar a ganar nuevas elecciones, también desde la oposición se puede avanzar en la lucha por recuperar nuestros derechos. Sólo hace falta que los partidos y los sindicatos entiendan claramente que su responsabilidad institucional es con el pueblo, que promuevan procesos de profunda renovación interna -incluyendo la dimisión inapelable de toda una vieja guardia que ya no puede seguir allí- y nos encontremos.
Juntos, partidos, sindicatos y movimientos alternativos, reunidos alrededor de unos principios elementales y consensuados, sin programas de máximos, tenemos esperanza. Por separado, nos van a seguir machacando hasta que se cansen.
El reloj corre y avanza en nuestra contra. La pelota está en manos de todas y todos los hombres y mujeres, miembros de partidos y sindicatos, que aún antepongan sus ideología y sus sentimientos  a sus intereses, o a una fidelidad a unas siglas que se convierte en seguidismo gregario.
Sé que existe en las formaciones de izquierda, partidos y sindicatos, una importante corriente crítica, un creciente malestar hacia la política oficialista, la convicción de la necesidad de dejar los juegos de salón y reconvertirse en aquello para lo que fueron concebidos: verdaderos instrumentos para cambiar la sociedad al servicio del pueblo. A esos contingentes me dirijo:
Compañeras y compañeros, el momento histórico os lo requiere, os jugáis vuestro ser o no ser, poder miraros cada mañana en el espejo sin que os caiga la cara de vergüenza ¿estáis con ellos o estáis con nosotros? Compañeras y compañeros ¿qué pensáis hacer?

dimecres, 18 d’abril del 2012

La deslegitimación de la monarquía

No he prestado ninguna atención al caso Undargarín. No me interesan ese tipo de asuntos por quién esté implicado, sino por su contenido de estafas y tráfico de influencias. Y esto, desgraciadamente, está al orden del día en nuestro país, como lo está el trato de favor o la condescencia en las sentencias o la aplicación de las sentencias en el caso de los grandes estafadores. Nunca he visto a delincuentes de esa calaña, pero de impecables modales y look, pudrirse en la carcel. Eso se reserva para los chorizos, que, como todo el mundo sabe, son malhablados y barriobajeros.
Por otra parte, pienso que todas las familias pueden albergar en su seno  a algún delincuente, incluso la familia real, si se da el caso, sin que esto tenga porque comprometer necesariamente, en principio,  la honorabilidad del resto de sus miembros.
La monarquía no se encarna en Undargarín, sino en la persona del  Rey,  y su prestigio, y en última instancia su legitimidad, están vinculadas a sus actos, especialmente a sus actos públicos. Es por eso que hoy me parece oportuno traer a colación la deslegitimación de la monarquía. Escribo este texto el 14 de abril de 2012, octogésimo primer aniversario de la proclamación de la Segunda República, y día en que, curiosa coincidencia, a causa de un accidente, hemos conocido la noticia de que el Rey se encontraba en Botswana cazando elefantes.
Vivimos un momento terrible. La población española, especialmente las clases más humildes, sufre en sus carnes todo el rigor de la agresividad especulativa de los mercados financieros. Hay cinco millones de parados, un gran número de famílias en situaciones de severa pobreza, o en la indigencia, millares de personas que pierden sus viviendas por no poder pagar la hipoteca o por haber avalado a un hijo, otras que mueren o ven acortada su esperanza de vida en las listas de espera a causa de los draconianos recortes en sanidad, algunas que se suicidan ante la imposibilidad de asumir las cargas que representan sacar adelante su vida y las de sus familiares sin recursos, jóvenes que ven como el futuro se les escapa de entre las manos como un puñado de arena, millares de trabajadores públicos obligados a multiplicarse en sus quehaceres mientras ven drásticamente reducidos sus salarios, personas mayores que han trabajado toda una larga vida y ahora ven como deben esperar aún más tiempo la tan ansiada jubilación, para vivir con unas pensiones que, en el mejor de los casos, reducirán notoriamente su poder adquisitivo…
Cuando sucede  todo esto, la imagen del Jefe del Estado cazando elefantes en Botswana es cuanto menos hiriente, muy hiriente, un ejemplo nefasto y ultrajante para todas y todos aquellos que, sin ninguna opción, debemos asumir todos los sacrificios que nos imponen, una imagen propia de otros tiempos en que la monarquía vivía de espaldas al pueblo.
¿Con qué autoridad va a dirigirse a nosotros el Rey en Navidad para pedirnos que sigamos haciendo sacrificios para levantar España?
A pesar de lo gráfica y lacerante que resulta esta anécdota, conste que tenía pensado escribir este artículo ya hace tiempo. Me pregunto,  ¿Qué papel desempeña la monarquía en una sociedad democrática contemporánea? En el caso de España sabemos que fue el precio que debimos asumir para llevar a cabo la transición del franquismo a la democracia sin derramamiento de sangre. Y -hoy duele más recordarlo- no existía ninguna otra opción.
Hasta estos últimos años, la monarquía cumplió bien su papel y, simbólicamente, al margen de teorías más o menos aventuradas de las que no tengo ninguna prueba que me induzca a tomarlas por ciertas, la figura del Rey se consolidó en la noche del 23 de febrero de 1981. Después de esto, el carácter del Rey hizo que muchos olvidáramos que era quizás la última herencia del franquismo y que empezara a correr aquella famosa expresión de “yo no soy monárquico, soy juancarlista”.
Pero, desde que empezó esta sangría económica que algunos se siguen empeñando en denominar crisis, el papel del Rey se desdibujó. Al fin y al cabo, su ubicación por encima de los partidos políticos, le situaba como una figura paterna, el garante último del bienestar de las españolas y los españoles, un bienestar que desaparecía a marchas forzadas.
El Rey había dejado de ser Rey por la Gracia de Dios, incluso por la gracia del Caudillo, para pasar  a ser Rey por voluntad del pueblo, aunque fuera por omisión, nadie lo cuestionaba. Pero esto, que le garantizaba la aceptación y el cariño mientras estuviera al lado del pueblo, dispuesto a ser el primero en sacrificarse y batirse frente a las adversidades, le ponía también en una situación muy frágil.
Marshall Shalins, un antropólogo norteamericano ya fallecido, explicaba la institución de la monarquía en los estados prístinos hawainanos como el reconocimiento de la grandeza y la generosidad de un igual, de un pariente que se comportaba como un gran hombre. Pero si ese gran hombre dejaba de actuar como tal, olvidaba la generosidad y ejemplaridad que le habían encumbrado, cundía el malestar, y tarde o temprano, era asesinado en la oscuridad de la noche y reemplazado por otro que se ajustara mejor a las expectativas del pueblo.
En una sociedad democrática, afortunadamente,  no se deslizan los cuchillos por la oscuridad de la noche, pero el Rey esta sujeto a ese papel de figura paternal y ejemplar, su legitimidad no proviene de ninguna otra fuente. Si el Rey deja de cumplir este papel, aparece desnudo y prescindible.
Olvidemos por un momento la calamitosa anécdota de Botswana. Antes de que se produjera, cuando ya quería escribir este artículo, me preguntaba:
¿Qué hace el Jefe del Estado ante el sufrimiento de su pueblo? Más allá de la política de los partidos, ¿Dónde está? ¿Por qué no ha convocado a los políticos para demandarles austeridad y transparencia frente al pueblo? ¿Por qué no ha convocado a las grandes fortunas para exigirles, desde su alta posición, su implicación en la recuperación del país en este tiempo de tinieblas? ¿Por qué no se ha reunido con sus homónimos, monarcas y presidentes europeos, para plantear la necesidad de exigir conjuntamente una política que no dejara al pueblo a merced de la usura de los mercados? Y si nada de eso surtía efecto, ¿Por qué no se desprendía de todos sus bienes para paliar el sufrimiento social y se ponía al frente de su devastada población para guiarla, o, por lo menos, para sufrir con ella?
Responder que no lo hacía porque estaba en Botswana cazando elefantes sería demagógico, pero el Rey debe una detallada explicación, un acto de contricción y un cambio de rumbo a las españolas y los españoles. Sólo así puede recuperar una legitimidad que en este momento aparece más que cuestionada.
Si no es capaz de hacerlo, si no es capaz de ser un Rey para el pueblo cuando el pueblo le necesita, será el pueblo quien se planteará, con toda legitimidad,  qué sentido tiene seguir manteniendo la monarquia.
Las ocasiones más graves, requieren grandes gestos.

dimecres, 11 d’abril del 2012

¿Son las redes sociales el opio del pueblo indignado?

Hoy seré muy breve, no quiero distraer la atención del enunciado, que al fin y al cabo no es más que una pregunta retórica.

En efecto, sostengo que las redes sociales, en especial facebook, pero no sólo, también otras digamos más privativas y discretas, constituyen con excesiva frecuencia un fin en sí mismas.

La comunidad indignada comparte por compartir y con ello tiene la sensación de cumplir con su conciencia y asumir algun tipo de compromiso. No es así. Llenar los muros de los perfiles y los grupos indignados de facebook de quejas, denuncias y chascarrillos, no es más que una especie de marujeo adaptado a las circunstancias (pido disculpas por la expresión). Parafraseando a un compañero, podríamos decir que se escribe (o, mejor, se linka) mucho, se lee poco, y no se hace nada.

No quiero ser injusto con grupos que llevan a cabo acciones de emergencia concretas, como las plataformas que luchan contra los deshaucios. De hecho no quiero ser injusto con nadie, cada cual sabe en que medida le atañe esta reflexión..

Pero con marear la perdiz en facebook y acudir a las grandes manifestaciones no conseguimos nada, como tampoco mediante la proliferación de eventos y grupúsculos locales que llenan la el calendario y a los que suelen acudir en cada caso los cuatro gatos de siempre.

Facebook está consiguiendo funcionar como un lenitivo frente a nuestra propia impotencia, y también como un ámbito de sociabilidad donde quien más quien menos llega a establecer su círculo de amigos virtuales, con quien se reconforta, y también como un mercadillo de propuestas  que habitualmente caen en el vació, o se quedan, como decía circunscritas a localismos de muy escasa repercusión.

Por ahí no se va a ninguna parte, necesitamos pasar del ensimismamiento del ordenador a la acción, de la virtualidad a la realidad.

Hay estrategias diversas para luchar contra la dictadura de los mercados, pero todas ellas pasan, sin duda, por visibilizar el malestar, la frustración, la indignación de la sociedad, de una mayoría social que, entretanto, es usurpada por los poderes com mayoría silenciosa y, por ende, interpretada a su conveniencia. ¿Cómo no va a ser así, si la minoría indignada se desgañita en el mar del silencio  y se complace con sólo escuchar el eco de sus voces?

¡Que pare el ruido ya! ¡Que se detenga la cinta sin fin de las pantallas clónicas! Hagamos una seria reflexión autocrítica y pasemos a utilizar las redes sociales para idear acciones sólidas y eficaces, bien desarrolladas, para adherirnos masivamente a ellas. A aquellas que más se ajusten a nuestra sensibilidad y estrategia, no importa. Pero llevémoslas a cabo y hagámoslo ya, sin dispersar nuestra atención al dictado de la noticia del día y juntando físicamente nuestras fuerzas, nuestras energías.

Seguir como hasta ahora, por mucha buena voluntad que haya en el fondo, es inútil y nos lleva a actuar como verdaderos trolls.

dimecres, 4 d’abril del 2012

Reflexión sobre la violencia política

Vaya por delante que soy un hombre pacífico, ni más ni menos supongo que tantas y tantas personas de nuestra sociedad y del resto del mundo. Son las circunstancias las que te acercan o te alejan de la violencia.
Yo no puedo condenar la violencia del que se venga de la agresión a sus seres queridos, y estoy seguro que en una tal tesitura actuaría igual, por lo menos a sangre caliente. Ni del que actúa en legítima defensa, o en defensa de otros que no se pueden defender por si mismos.
Hay una violencia legítima y una violencia ilegítima. De la misma forma que hay una violencia oportuna y una violencia inoportuna.
Teóricamente, la única violencia legítima es la que ejerce el estado, que detenta su monopolio. En una democracia representativa, como es formalmente la nuestra, al depositar el voto depositamos también nuestro derecho a ejercer la violencia en manos del estado. Y el estado siempre tiene como último recurso la violencia. Si alguien se opone de forma contumaz a los designios del estado, más pronto o más tarde chocará con la violencia o con la amenaza disuasoria de la violencia.
Pero ¿qué pasa cuando el estado ejerce, por acción u omisión, la violencia contra la propia sociedad? En ese caso se produce una situación de violencia estructural que deslegitima al estado, cuya principal y prácticamente única función debe ser velar por el bienestar de los ciudadanos y las ciudadanas. Poco importa en estos casos la forma del estado, si hablamos de una monarquía o de una república, de una dictadura o de una democracia. El estado sirve al pueblo y no al revés y cuando el estado se revuelve contra el pueblo o permite que éste sea agredido por otros, falta al espíritu de las leyes y, aunque mantenga el poder, pierde cualquier principio de autoridad.
El estado, o, mejor dicho, los poderes que pilotan el estado, singularmente el gobierno -el poder ejecutivo-, pero también el legislativo y el judicial, cumplen básicamente funciones de liderazgo, control social y resolución de conflictos, además de defender la soberanía nacional frente a injerencias externas, pero insisto, todo ello al servicio de la población, que simplemente delega estas funciones en sus manos. El estado debe ser un humilde servidor del pueblo, en el que radica toda legitimidad y soberanía y no de ninguna otra entidad divina o humana, singular o corporativa.
Cuando los políticos se presentan a las elecciones afirman que lo hacen para servir al pueblo. Pues bien, esta es exactamente la cuestión, cuando el estado pierde la brújula y deja de servir al pueblo para servirse de él, o para servir a otros, o para servir a una parte del pueblo en detrimento del conjunto… deja de constituir una autoridad para constituirse simplemente en un poder que se ejerce no para la población sino sobre la población, como cuando se produce una invasión, se convierte en algo así como una fuerza de ocupación o en una cofradía al servicio de la plutocracia.
Todo esto viene a colación, naturalmente, de los actos de violencia que se registraron en Barcelona en el curso de la manifestación que culminó la huelga general del pasado 29 de marzo.
Vaya por delante mi más absoluta condena a los actos de vandalismo que se produjeron por parte de un grupo de manifestantes perfectamente organizados y también contra quienes pudieran aplaudirles y jalearles. La violencia que ejercieron contra las cosas (que no contra las personas) fue ilegítima e inoportuna.
Si lo que pretendían era dar una respuesta a la violencia estructural del sistema, había otras formas y lugares para hacerlo, no en el contexto de una manifestación pacífica donde sabían perfectamente que lo que iban a provocar era una reacción imprevisible de la policía que no recaería especialmente sobre ellos sino sobre el conjunto de los manifestantes, como así fue. Es una estrategia oportunista que pretende aprovechar la gran cantidad de personas que nos reunimos para magnificar los hechos y tensar la situación.
¿Qué esperan conseguir con ello? ¿Qué la gente salga a tomar La Bastilla? Saben muy bien que esto no va a suceder, es la tensión por la tensión, y eso, en lugar de llevar cada día más gente a la calle, alcanzar el apoyo de una mayoría social, que es el único camino para ganar este pulso, lo único que va a conseguir es radicalizar a una minoría y alejar al resto de las personas. Una victoria para el estado y para los mercados servida en bandeja.
Y conste que no estoy pensando en ningún momento en alianzas contra natura, la palabra que me viene a la cabeza cuando intento reflexionar sobre el por qué de aquellos actos vandálicos es autismo.
Vivimos, ya lo he dicho, una situación de violencia estructural sobre las personas. Por la ambición de unos cuantos y con el beneplácito y la cooperación necesaria del estado, hay personas que viven en la miseria, que pierden sus casas, que se suicidan frente al desamparo en que han quedado sus familias, que mueren o enferman por el progresivo deterioro de la sanidad pública, que no pueden planificar sus vidas y sólo vislumbran oscuridad en su futuro, que ven rebajada su condición humana al nivel de una mercancía…  Todo eso es violencia, mucho más grave que unos ocasionales actos vandálicos, y no sólo la condeno firmemente sino que lucho contra ella, pacíficamente, cada día.
No voy a condenar a quienes se defendieron como pudieron de las embestidas indiscriminadas de la polícía. Eso es legítima defensa y en unas condiciones de inferioridad que recordaban a las de los Lakota en Wounded Knee.
¿Por qué la policía agrede a la población sin distingos en lugar de separar y detener a quienes han cometido los actos vandálicos? Ante un grupo organizado, a un cuerpo de policía eficaz y preventivo no le debería resultar tan difícil aislar estos hechos, máxime cuando se produjeron junto al grueso de la manifestación pero no dentro de ella.
¿Incapacidad o conveniencia? No lo sé, lo que sí sé es que las cargas y disparos indiscriminados de la policía y los actos vandálicos anteriores habrán tenido una misma consecuencia: alejar a la gente menos radicalizada de las calles. En cualquier caso, es inadmisible, como sucedió, que la policía dispare indiscriminadamente sobre los manifestantes casi en su totalidad pacíficos. Tengo, tenemos todo el mundo que estuvo allí, testimonios de personas heridas que se habían estado manifestando pacíficamente y se vieron acorraladas en la plaza de Cataluña. Nada justifica eso.
La situación, pues, es compleja.
La agresión de los intereses capitalistas hacia la población española, y mundial, así como la complicidad necesaria de los gobiernos, es criminal. La actuación de la policía desproporcionada, indiscriminada, lejos de criterios profesionales y con una apariencia más de represión política que de preservación del orden. Y los actos vandálicos que llevaron a cabo los grupos organizados igualmente condenables y además contraproducentes.
Puedo entender que actuen en legítima defensa contra quienes están ejerciendo una violencia de tan gran calado en la población (y no me refiero a la policia), pero que actúen en otra parte, que se enfrenten con los culpables en su terreno, sin comprometer a todos aquellos y aquellas que queremos cambiar las cosas por el camino de movilizar amplias mayorías pacíficas. Yo no les impongo mi camino mediante la palabra y la visibilidad pública del malestar, que ellos no me impongan a mí un camino de violencia aunque actúen como meros provocadores para que esta violencia la ejerzan los otros, la policía.
Todos somos mayorcitos y sabemos quién es quién, cómo están las cosas, y cómo elegimos luchar. Un respeto.