dimecres, 28 de març del 2012

A los partidos de izquierda

Hace tiempo que ando pidiendo unidad a todos “los de abajo”, es decir, a toda la gente, esté donde esté, que sea realmente de izquierdas, que esté en contra de la ofensiva arrolladora del capital y a favor de la defensa del estado del bienestar y de los derechos individuales y colectivos. Creo que sólo mediante la unidad tenemos alguna esperanza de no acabar con nuestras vidas colgadas en las estanterías del supermercado global o cotizando como un valor en bolsa.
Esta unidad es cualquier cosa menos fácil. Los partidos políticos, más allá de las campañas electorales (y aún) siguen enrocados en sus propias cuitas internas y en la eterna partida de la dinámica parlamentaria (una partida que, lo sepan o no, han perdido hace ya mucho tiempo) y pareciéndose cada vez más a sus oponentes y menos a la gente de la calle, tanto la que se manifiesta como la que pasa fugazmente camino del trabajo o de la cola del paro.
Los sindicatos se han convertido en organizaciones autoreferenciadas, se han erigido en los únicos e inmanentes representantes de los trabajadores y negocian y renegocian en su nombre, sin conseguir ya ni victorias pírricas (que es a lo que nos tenían acostumbrados y acostumbradas), sin advertir que cada vez hay más gente que se aleja de ellos y los ve como una instancia burocrática más.
 Los indignados, juntos pero no revueltos, se pierden en centenares de iniciativas y eventos dispersos. Continuan ejerciendo muy bien el papel de conciencia social, pero son incapaces, por su propia naturaleza, de articular una iniciativa conjunta de un cierto calado.
Y el resto de la población se lo mira, esperando una propuesta, un liderazgo claro y creible, mientras trata de ir tirando con los suyos, contando las lentejas y ahogando sus penas en un partido de futbol o un culebrón.
Todos y nadie tenemos la culpa y en todo caso qué más da. Lo importante es reconstruir esa amplia mayoría que piensa que el trabajo, la vivienda, las pensiones, los servicios públicos… son la primera prioridad y que el estado debe garantizarlos. Somos mogollón pero, como cada cual anda con su rollo, los mercados y sus sicarios están perpetrando una brutal escabechina prácticamente sin oposición.
En este artículo me dirijo particularmente a los partidos porque pienso que son los únicos que tienen una capacidad de liderazgo de una mayoría social. Eso sí, si dejan de contar escaños, de jugar a las sillas y de comprobar quién la tiene más larga. Son cuestiones que nos importan un carajo al resto de los mortales.
En las últimas elecciones generales, muchas y muchos votamos contra el PSOE, porque lo habían hecho rematadamente mal, porque si no se habían vendido al capital lo parecía mucho (y no se molestaron en demostrar lo contrario) y también para que bajaran a los infiernos, a ver si con el calorcillo se les despertaban las criogenizadas neuronas y se daban cuenta de que sólo desde la izquierda de verdad podían conectar con la población.
Nada. Pero nada de nada. Después de las elecciones, donde usaron mucha literatura 15 M se dedicaron a ver quién mandaba sobre los restos del naufragio y a tender su despellejada mano a la derecha triunfante en un gesto de oposición responsable. No sé quién se inventó el mantra ese de que la victoria está en el centro, debía ser americano, porque aquí eso sólo le sirve a la derecha.
Algunas y algunos dimos también nuestro voto a Izquierda Unida y a otras formaciones minoritarias, generalmente nacionalistas y de izquierdas ¿Para qué? Yo voté a Izquierda Unida y no me arrepiento porque al fin y al cabo quienes se abstuvieron o pretendieron votar nulo sólo contribuyeron a hacer más grande la victoria del PP.
Pero ¿alguien les ha visto? ¿Se sabe algo de que hayan intentado usar esta confianza para aglutinar un movimiento social más amplio, para ser la correa de transmisión del malestar en el congreso? Si ni entre ellos se entendían. Sólo se les han visto gestos que, fuera de contexto, más que otra cosa, parecen un paripé. ¿Nadie, de quienes les votamos por lo menos, siente vergüenza ajena cuando por un casual salen en la tele y el aspirante de turno a ser califa en lugar del califa se cuela en el encuadre y va asintiendo con la cabeza? Hasta la estética hemos perdido.
Un amigo mío dice que no pierda el tiempo con los partidos, que la nomenklatura es tan poderosa que quienes no están viviendo en ella (o de ella), viven sometidos a ella. Otra amiga me decía que las personas de buena voluntad tanto podían proceder tanto de la izquierda como de la derecha, una derecha votada porque, si los de antes lo habían hecho tan mal, a ver si éstos lo hacían mejor.
Ambos tienen razón, seguro. Pero quiero quiero pensar que, ante una situación de tamaña gravedad, los partidos políticos de izquierda reaccionarán, que no van a quedarse discutiendo si son galgos o son podencos. Necesito, a pesar de todo, creer en ellos, o que sus propios militantes nos escuchen y les hagan despertar de su ensimismamiento.
Los partidos de izquierda, y les sigo llamando así a pesar de todo, deben repensarse de arriba abajo, hacer limpieza, de todo, de gente, de ideas anquilosadas, de prácticas que no sean lo suficientemente transparentes y eficaces -o no lo parezcan-, de lemas, banderas, musiquillas, medias mentiras y celebraciones.
¡Todos a la calle! no a casa, a la calle, a trabajar con la gente, hombro con hombro. Para el siglo XXI no sirven partidos del siglo XIX, aunque hayan adoptado la parafernalia del XX. Más que organizaciones cerradas tienen que ser amplias agrupaciones de ciudadanas y ciudadanos, limpios de mente y corazón y dispuestos a subvertir las reglas del juego. No se trata de hacer oposición responsable, ni de mantener la virginidad hasta la victoria final, se trata de llamar a las cosas por su nombre, echarse a la calle si es preciso  y hundirse en la mierda hasta el cuello. Entonces quizás les escucharemos.
El día en que una diputada socialista, cuando los hechos del Parlament de Catalunya, salió ante las cámaras de televisión mostrando la gabardina que le habían pintado y que le gustaba tanto, la credibilidad de los partidos de izquierda retrocedió muchas décadas. Quizás haga falta ver a un diputado o una diputada socialista con la cabeza abierta por un golpe de porra para que recuperen esa credibilidad.
Pero si ha de ser así, que sea, porque sin la unidad de todas y todos “los de abajo”, los partidos y los sindicatos también, no somos más que caranaza para los tiburones.

dimecres, 21 de març del 2012

En el camino de un gran pacto social

Me encuentro en un estado de completa perplejidad y supongo que a muchas otras personas les debe estar pasando lo mismo. Después de tanto tiempo ¿alguien cree que estamos viviendo algo parecido a una crisis?... ¿que algún día esto se acabará y volveremos por lo menos a las condiciones anteriores?... ¿alguien cree que las medidas que están tomando los políticos son realmente coyunturales?... ¿alguien cree que indignarse sirve para algo?... ¿y que Peter Pan vive en el país de Nunca Jamás?
Lo siento mucho, pero esto no tiene nada que ver con la realidad. Vamos diciendo “no es una crisis, es una estafa”. Y no es una cosa ni la otra. Eso fue en todo caso el detonante, lo que estamos viviendo es el avance victorioso e imparable del capitalismo en su versión más prístina sobre la vieja Europa del Estado del Bienestar, el último bastión de la Res Publica. Es César cruzando el Rubicón de la protección social para implantar urbi et orbe el orden implacable del mercado.
No hay prisa, nadie quiere un levantamiento social ni un baño de sangre ¡Por Dios, en la civilizada Europa!  Eso queda para las naciones bárbaras. Aquí basta con mantener el puño firme y estrujar a la gente cada día un poco más, en nombre de una chiripitiflaútica recuperación.
El año que viene será peor que éste, y el siguiente más y así sucesivamente. A lo mejor, hasta de vez en cuando nos dejan respirar un poco para que nos sigamos creyendo el cuento. Y así hasta que todo el mundo sea un mercado y todo lo que pulule en él, sea natural o artificial, humano o divino, valores o sentimientos… todo se convierta en mercancía y esté sujeto a la supuesta ley de la oferta y la demanda. Supuesta, porque la oferta siempre prevalece, como nos recordaba don Vito Corleone… “le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”.
¿Y quién es el causante de todo eso? ¿Los políticos? “No nos representan” gritamos. No, pardiez, claro que no nos representan ¿cómo nos van a representar -aunque quisieran- si el congreso está tomado por la dictadura del capital? César nunca quiso ser investido emperador ¿para qué, si tenía el senado a sus pies? ¡Incluso después de muerto! En aquellos tiempos, algunos políticos decentes se suicidaban. Ahora, que son tiempos menos heroicos, podrían irse a su casa, pero ¡ay! la calidez del escaño…  Como en las malas novelas de misterio, los políticos, los mayordomos, cargan siempre con las culpas, aunque tan sólo sean cómplices más o menos agradecidos de sus amos, los verdaderos Señores del Capital. Y aquí, en Europa, es más bien raro que ambas condiciones coincidan.
Serán bien recompensados por sus servicios, naturalmente, pero los verdaderos Dueños del Mundo no aman la luz, y mucho menos exponerse a los focos de la opinión pública. Son discretos, grises, de apariencia insignificante, excepto algún bocazas que acaba ardiendo presa de su propia vanidad. Y a ellos les decimos “no hay pan para tanto chorizo”. Pero les da igual, lo quieren todo, independientemente de que todo sea poco o mucho ¿Nadie recuerda la escena de la banca de Mary Poppins?
Y ante eso ¿qué hacemos? La mayoría de la población, nada. Tragar con el cuento de la crisis y esperar más o menos resignadamente a que vengan tiempos mejores… Los pobres siempre han esperado tiempos mejores, el “día de San Jamás” como decía Bertold Brecht. Pero esos tiempos mejores suelen estar en “la otra vida”. Que suerte la de  aquellas y aquellos que tiene otra vida, porque yo sólo tengo ésta y se me gasta tan de prisa… Tener fe es un chollo. Lo digo con malsana envidia.
Otras y otros nos indignamos (¡Naomi, ya tenemos logo!) y montamos unas acampadas de puta madre, que son la admiración de toda la sociedad ¿Han servido de algo? La pura verdad es que más bien no, aparte de despertar la conciencia cada vez más desesperada de muchas y muchos. Pero lo hemos hecho tan bien que hasta un medio tan conservador como Time nos concede el galardón (o la parte que nos toca) de personaje del año. ¡Joder, nos han dado un Oscar! ¿A quién se lo vamos a dedicar? “Pedroooo…!” Y somos tan imbéciles, con perdón, que hay quien se lo pone en el perfil de facebook, otro faccioso engañabobos en el que nos pasamos horas y horas haciendo revoluciones virtuales.
Pero ¿qué más podemos hacer? ¿Cosas pequeñitas, locales, alternativas? Mientras sean pacíficas las que queramos, a lo mejor hasta salen ideas para una nueva línea de productos. ¿Manifestaciones? Ningún problema, vivimos en una sociedad democrática, y no hay que preocuparse mucho por si alguien se desmadra y rompe algunos cristales o quema contenedores. El seguro lo paga todo, de eso viven, y además así se ejercitan nuestras fuerzas del orden, que buena falta les hace, por si se dieran disturbios mayores. ¿Jugamos a la guerra de números? A ver si así nos acostumbramos a regatear, que los jóvenes lo han tenido todo muy fácil… Y si hay algún herido se monta otra manifestación oye, por manifestaciones que no quede.
¿Qué más? Bueno, queda la huelga general. Una huelga de vez en cuando fortalece el espíritu, porque quien tenga trabajo va a sacrificar el salario de aquel día (con todas las prorratas anticipadas correspondientes) y para el gobierno también es reconfortante. Un gobierno que no haya tenido una huelga parece que no sea un gobierno de verdad. Otra cosa es si se plantea una huelga indefinida ¡Alto! Aquí hay que tener muy en cuenta las reglas del juego. Esto es algo así como un asedio medieval pero mejorado. Los huelguistas pasan a ser los asediados y aguantan lo que pueden hasta que el hambre y la sed les hacen rendirse. Y los asediadores… pero ¿qué asediadores? ¿contra quién se hace la huelga? Si los políticos y los empresarios de medio pelo no pintan nada, la huelga debe hacerse contra los Señores del Universo ¿no? Y éstos, en una economía globalizada, ni se dignan presentarse.
Entramos desunidos y salimos maltrechos y sin resultados. Lo tenemos francamente mal. Nos quedaría una huelga de hambre colectiva. Eso de que se les muera la gente no es bueno ni para los mercados, pero ¿quién se apunta? Hay precedentes que no animan mucho. En Irlanda lo hicieron algunos activistas del IRA y Margaret Tatcher dejó morir a unos cuantos hasta que el resto se retiraron. Cuando ella muera tendrá un lugar reservado en el Olimpo del Capital, a la derecha del Tío Gilito.
No, nos sirven las viejas recetas de la lucha obrera. Tal como están las cosas, yo creo que si, de verdad de la buena, queremos, por encima de cualquier otra cosa, plantar cara al capital con algunas posibilidades de resistir, de frenarlo, incluso tal vez de ganar terreno, tenemos que dejar todas nuestras diferencias en casa y acudir a un gran pacto social. Un gran pacto entre los movimientos de vanguardia y alternativos -surgidos o no del 15 M y de la galaxia de los indignados- con los partidos políticos que se declaren de izquierdas, los sindicatos y la sociedad civil, a la que debemos ganar para la causa de una forma claramente mayoritaria.
”Somos los de abajo y vamos a por los de arriba”, eso está bien dicho. Pero no es verdad que no seamos de izquierdas ni de derechas, porque, normativamente, las izquierdas están con los de abajo y las derechas con los de arriba. Otra cosa es que las izquierdas hayan perdido el norte, pero lo que hay que hacer es que lo recuperen, a sopapos si hace falta, y los sindicatos también, porque en esta guerra, aunque no seamos lo mismo, no sobra nadie, lo que falta son aliados para combatir las fuerzas del capital.
La división de la izquierda y la alienación de la sociedad son las grandes victorias estratégicas del capital. Y para deshacerlas debemos separar las formas de las esencias. A los políticos de izquierdas hay que hacerles recordar, recuperar su alma adormecida, o vendida por un plato de lentejas, y decirles “tu eres mi hermano ¿qué haces aquí? ¿por  qué no marchas a mi lado?”. Hagamos manifestaciones, acampemos si hace falta, sí, pero ante la sede del PSOE, de Izquierda Unida, de UGT y de Comisiones Obreras, desgañitémonos hasta que nos escuchen, sin rencores ni partidismos. No queremos acabar con ellos sino que se nos unan, todos bajo una misma bandera, bajo un mismo lema, como en los tambores de Zimnik, “empezamos una nueva vida, nos vamos a un nuevo mundo”. 
Y hagamos resonar también nuestros tambores casa por casa, barrio por barrio, pueblo por pueblo, para que despierten los muertos, se levanten de sus tumbas y de sus sofás, se arranquen sus tristes uniformes de víctimas y comprendan que ellos mismos pueden acabar con sus males. Que uno o una no es nada, ni diez, ni cien mil, pero que, si llegamos a ser millones quienes hagamos retumbar el tambor por la calle, en los estadios, en el parlamento… la victoria es nuestra. Porque el capital tiene una debilidad que sólo así podemos explotar: el capital es cobarde, huye frente a las masas si éstas marchan unidas y le plantan cara. Siempre ha sido así.
Necesitamos pues un gran pacto, sin heridas, sin reproches, sin maximalismos, un pacto de mínimos y de buena voluntad en el que no sobra nadie, un pacto de progreso en defensa del estado del bienestar.
Por el derecho al trabajo, a las pensiones y a la vivienda dignas. Por el derecho a una sanidad, una educación y una asistencia pública, universal,  gratuita y de calidad. Por la racionalidad, la austeridad y la transparencia de todos los organismos políticos y las administraciones públicas.
Nada más. Un pacto inclusivo, sin más cláusulas ni matices, porque, o estamos unidas y unidos o nos esperan tres mil años de oscuridad ¿Qué hacemos aquí parados y paradas? Cojamos nuestros tambores, o nuestras cacerolas, y vamos a despertar a todo el mundo, empezando por  nosotras y nosotros mismos y nuestras alucinaciones utópicas. Y si alguien quiere evitarlo, quiere imponer sus ínfulas de protagonismo, ya que hablamos de cuentos “que le corten la cabeza”, como decía la reina de corazones. Porque nosotras y nosotros “empezamos una nueva vida, nos vamos a un mundo mejor”.
Y ya que he utilizado tantas frases de la calle y de las redes, dejadme terminar desmintiendo en parte otra que ha hecho fortuna. Es de Eduardo Galeano: “Está en el horizonte […] Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y ella se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”. Bonita reflexión para iluminar el sentido de la vida individual, pero muy peligrosa para aplicarla a una sociedad al borde del colapso multiorgánico. No necesitamos colectivamente bellos horizontes, sino objetivos posibles, victorias que nos permitan defender nuestras posiciones y avanzar palmo a palmo en el camino de la recuperación de una democracia real, que, si alguna vez estuvo, ahora anda perdida.
¿Comenzamos a dialogar?

dimecres, 14 de març del 2012

Carta abierta al señor Rajoy sobre el estado de necesidad permanente

Una compañera me recordaba que, a pesar de que todas y todos lo estemos pasando mal, hay personas que viven en un estado de necesidad permanente, sin ingresos, sin techo… y esto se puede agravar mucho si se desgarra el cada vez más debilitado tejido social de la familia, que es el último dique de solidaridad que mantiene a tantas personas subsistiendo por encima de la miseria pura y dura.
Este hecho me ha movido a escribir este artículo, en forma de carta abierta al presidente del gobierno, sin entrar en el fondo de los problemas sino tan sólo proponiendo soluciones paliativas ante una posible catástrofe humanitaria de unas dimensiones que, afortunadamente, las generaciones que actualmente vivimos en este país no hemos conocido.
Sé que con esto no se arreglan los males que nos aquejan, pero hay situaciones de emergencia que cada vez afectarán más y más gravemente a un mayor número de personas y eso no tiene espera. Ojalá que alguna de estas medidas se aplicase y con ello evitáramos que muchos de nuestros conciudadanos y conciudadanas  cayeran en el más negro pozo de la desesperación, o, en otros casos, pudieran salir de él.
Tengo la intención de mandar esta carta a los periódicos, y también a la Moncloa. No sé si nadie la va a publicar o siquiera a leer, pero a todas aquellas y aquellos que la leáis y penséis que pueda ser bueno que se conozca, aunque sea para crear estado de opinión al respecto, os ruego que la difundáis.  La carta:

Señor  Mariano Rajoy, presidente del gobierno de España:
 Aunque la distancia ideológica que nos separa es muy grande, me animo a dirigirme a usted por dos razones. En primer lugar porque, como presidente del gobierno, es usted el máximo responsable del bienestar de nuestros conciudadanos y conciudadanas, y en segundo lugar porque no tengo ninguna razón para dudar de que esté usted tan atormentado, por lo menos, como yo, por la situación de necesidad permanente  en que viven las clases más desfavorecidas de nuestro país.
En estos momentos tenemos casi cinco millones de parados y paradas y los deshaucios, consecuencia en gran parte de lo anterior, son una realidad cotidiana. Su gobierno ha aprobado una reforma laboral, en la que no voy a entrar, que usted mismo ha dicho que sólo creará empleo a medio plazo. Ojalá tenga razón. Pero nuestra situación no puede esperar a hipotéticas soluciones a medio plazo. El paro no ha causado aún una catástrofe irreparable porque la red de parentesco, la familia, aún funciona como último reducto de la seguridad social, en el sentido literal del término. Pero, si el paro aumenta y además los ingresos de los trabajadores se ven reducidos por recortes e impuestos, este muro de contención estallará en mil pedazos y entonces el estado de necesidad permanente de millones de personas puede arrastrar la economía del país a una situación de difícil retorno. Podemos soportar muchas cosas, pero no podemos afrontar un desastre de tamaña magnitud. Toda sociedad tienes unos límites de cohesión social, más allá de los cuales reina el caos
Creo que es absolutamente necesario que el Estado intervenga, a pesar de los ajustes que impone la Unión Europea en la deuda y el déficit público. No existe otro agente que lo pueda hacer.
Esta intervención debería producirse muy principalmente en la creación de puestos de trabajo, pero también en la protección del acceso o la conservación de la vivienda.
Dado el contexto económico y político en que nos encontramos, propongo que, para crear puestos de trabajo, se implante un nuevo impuesto ad hoc, un impuesto finalista dirigido a los estamentos más acaudalados de nuestra sociedad. Las clases medias ya han hecho todos los sacrificios posibles. Llegó el momento de que quienes detententan la riqueza del país, sea en forma de rentas, capitales de cualquier procedencia o patrimonio, los hagan también. Porque, cuando se corre el riesgo real  de que la solidaridad familiar entre en quiebra, la única solución posible es que se ponga en marcha la economía redistributiva, aunque sea limitada y con una duración sujeta a la recuperación del mercado de trabajo. En caso contrario, las consecuencias pueden ser dramáticas y el curso de los acontecimientos imprevisible.
Evidentemente un impuesto de esas características no puede acabar con el paro, pero sí reducirlo, reforzando indirectamente el tejido familiar y la economía en general. En este sentido, propongo que se prioricen  tres tipos de ocupaciones:
-Las que se apliquen a facilitar la finalización o ejecución de obras públicas necesarias para mejorar la competitividad económica en diversos sectores.
-Las que se apliquen a permitir la recuperación  del normal funcionamiento de servicios básicos de salud, educación, dependencia, etc., que, en algunos casos, se han recortado hasta niveles críticos, comprometiendo su funcionalidad actual y su excelencia futura.
-Las que  apliquen a fomentar la inversión en talento, especialmente de jóvenes, en nuevas actividades productivas caracterizadas por la competitividad y la innovación.
Finalmente le propongo que, aparte de la dación en pago para solventar hipotecas que no se pueden recuperar más allá de esta renuncia, ya de por si extremadamente dolorosa, se potencie decididamente el alquiler social. Se implante legalmente el contrato indefinido con aumento según el IPC como forma habitual de contrato y se obligue, mediante ley o gravamen, a poner en alquiler, bajo esas condiciones, todas las viviendas vacías, ya pertenezcan a particulares o a entidades financieras, inmobiliarias, etc. , con la administración como garante para propietarios e inquilinos, como se ha hecho en algunas comunidades, y como tasador de oficio que fije los precios mínimos y máximos del alquiler según zonas y características de las viviendas. Con esto se conseguiría, no sólo facilitar el acceso a la vivienda, sino también obtener una liquidez de tantos y tantos inmuebles que actualmente constituyen un pasivo improductivo y, además, fomentar la movilidad tan necesaria, ahora y en el futuro, para la economía globalizada.
Estoy seguro de que estas medidas, y especialmente las referidas a la ocupación, que requieren un esfuerzo relativamente moderado  y dirigido tan sólo a aquellos estamentos que más capacidad tienes de hacerlo sin ver menguada la calidad de sus condiciones de vida, no suponen tan sólo una obligada actuación en defensa de los sectores más desprotegidos y una garantía contra el inminente peligro de fractura estructural de nuestra sociedad, sino la inversión más rentable que se puede acometer.
Un gobierno soberano ha de ser capaz de imponer estas medidas, de la misma manera que lo ha hecho con otras, máxime cuando de ellas depende que el país no se despeñe en el abismo y, contrariamente, pueda reanudar, aunque sea tímidamente, el engranaje de la recuperación económica y el camino del bienestar.
Reciba un atento saludo, Llorenç Prats

dijous, 8 de març del 2012

Los hombres que no amaban a las mujeres

Con frecuencia, un problema reciente, o una nueva andanada, nos hace olvidar o dejar de lado un problema anterior. Como sucede con una catástrofe natural que nos distrae de la precedente, cuyos estragos siguen bien vivos, sin embargo, para las personas que los sufren. De ahí esa persistencia con que Forges nos pide en sus viñetas que non nos olvidemos de Haití. Algo así sucede con la violencia contra las mujeres, una lacra permanente que sólo sale a la luz fugazmente cuando culmina en asesinato. Y sin embargo, los asesinatos son tan sólo la punta del iceberg. La violencia, en todas sus formas, a veces sutiles, se produce y reproduce cotidianamente, sin atisbos de que vaya a desaparecer, ni tan siquiera a menguar.
No me gustan las conmemoraciones, pero a veces sirven de excusa para intentar reforzar la conciencia social. El 8 de marzo es el día de la mujer (ya dejo lo de trabajadora por no hurgar en otra herida) y quizás nuestras mentes estén por ello más receptivas a leer reflexiones como  la que sigue. La escribí el año pasado para un espacio de opinión en la radio, y la reproduzco con escasos retoques porque desgraciadamente mantiene toda su vigencia. Pretende ser una reflexión de fondo -breve y modesta, pero de fondo-, porque si no atacamos las raíces de este problema, vamos a seguir conviviendo con él mucho tiempo. Decía así…
Antes incluso de que salieran los libros de Stieg Larsson me llamaba mucho la atención el título de la primera de sus novelas: Los hombres que no amaban a las mujeres. Y es que siempre he pensado que había hombres que no amaban a las mujeres, y no me refiero precisamente a los homosexuales.
No he sabido encontrar en el diccionario términos como ginofobia o uxorifobia, pero no hay duda de que este sentimiento existe, más allá de la misoginia, que el diccionario define como “aversión a las mujeres”. La fobia es aversión y odio, pero también es miedo. En el fondo, pienso que esta fobia está formada por diversos componentes. La aversión y el miedo deben ser hijos  de problemas más profundos, como una identidad personal mal construida, una masculinidad insegura, o una no aceptación de los aspectos femeninos de cada cual. En contraste con los hombres que sí amamos a las mujeres, los ginofóbicos o uxorofóbicos no deben poder disfrutar de ellas y con ellas. No deben poder disfrutar de su compañía, de su presencia, de su conversación, de los matices, con frecuencia sutiles y diversos con que se pueden expresar las diferencias entre la masculinidad y la feminidad.  No deben poder gozar ni siquiera, plenamente, de la sexualidad, aunque sean muy machos, porque sólo deben sentir su propio placer, o peor, el placer de la dominación. Si el placer de la mujer, en este caso, les produce alguna satisfacción, debe ser en la medida en que alimenta su narcicismo.
A veces pienso que hay hombres tan machos, tan machos, que, de la misma forma que no conciben otra forma de pasar el rato que no sea con sus amigos machos, también se encontrarían más a gusto teniendo relaciones sexuales entre ellos, cosa que curiosamente no harán nunca, porque además son ferozmente homofóbicos, o por lo menos así lo proclaman. Se entiende que para ellos hacer el amor sea una mariconada y sólo conciban la posibilidad de follar y si implica un cierto grado de sumisión por parte de la mujer, mejor.
Todo esto no pasaría de ser una patética patología, susceptible de ser  tratada psicoterapéuticamente, si no fuera por las consecuencias que conlleva. En la base de la violencia contra las mujeres están este odio y este miedo, que impiden cualquier posibilidad de conocimiento y por tanto inducen a la cosificación: Las mujeres como objetos que se pueden tener en propiedad y utilizar a placer, incluso arrinconar, prestar y, si estorban o molestan, destruir. Los hombres que no aman a las mujeres no tienen el más mínimo interés por ellas como personas. Las usan, a veces por la fuerza, y cuando se sienten heridos o traicionados, como cuando tu perro accidentalmente te muerde o el coche te deja tirado en medio de la carretera, reacionan siempre con la agresividad del macho y del amo, una agresividad a veces irreparablemente extrema.
Todo eso lo solemos englobar en una sola palabra: machismo, pero a veces una palabra demasiado repetida más que explicar nos oculta lo que hay detrás. En este caso, dominación, violencia y culto a la virilidad, sí, pero también mucho miedo, mucha inseguridad, mucha miseria.
Ni lástima ni compasión para estos modernos trasuntos del esclavismo potencialmente homicida, pero al menos traslademos la constatación de nuestra experiencia, para que los hombres -jóvenes- y niños, que aún no saben si aman a las mujeres, sepan que no sólo corren el riesgo de convertirse en maltratadores y asesinos, sino que, si equivocan el camino, se perderán la maravillosa experiencia de acceder a la otra mitad de la condición humana.

dijous, 1 de març del 2012

Soluciones para la deuda y el déficit

Harto, harto estoy, harto de leer y escuchar que el problema es la deuda y el déficit, que hay que reducir más el déficit y para ello no hay más remedio que introducir más recortes en los gastos sociales, en el estado de bienestar -o lo que queda de él-. Ayer  abro el periódico y me vuelvo a encontrar con la exigencia de reducir, ¿cuánto? ¿40.000 millones más?, el gasto público. Bueno, pues si el problema se reduce a eso, tomemos una solución drástica: vendamos el patrimonio artístico.
Que yo sepa, el mercado del arte no está en crisis, como no lo está ni mucho menos el de los bienes de superlujo. Los ricos son cada vez más ricos y el arte no es tan sólo un bien deseado sino un valor refugio en el que las grandes fortunas invierten. Últimamente se acaba de vender un cuadro de Cézanne por dos cientos cincuenta millones de dolares, no hace mucho se vendió un cuadro de Pollock por ciento cuarenta millones de dólares  y así sucesivamente. Los pobres griegos no lo pueden hacer porque sus obras de arte más importantes se las expoliaron, como los famosos frisos del Partenón, ubicados en el British Museum y que jamás han sido devueltos a pesar de las reiteradas reclamaciones. Tienen muchas ruinas, pero el patrimonio inmueble es más difícil de vender, y de sustituir. Se pueden vender los derechos de explotación de la Acrópolis, pero ¿cómo se van a vender el Partenón, desmontándolo pieza a pieza para remontarlo en el jardín de algún millonario ruso o árabe, o de donde sea, como hicieron hace un siglo los americanos con algunos castillos o claustros europeos? Demasiado aparatoso y humillante.
Pero en España disponemos de una de las mejores pinacotecas del mundo, el Museo del Prado, repleto de obras maestras, y de otras pinacotecas no tan deslumbrantes pero con obras también de incalculable valor. ¿Cuánto valen Las Meninas? ¿Cuánto está dispuesto a pagar un posible comprador por ellas? ¿y por el Jardín de las Delícias o por el Caballero de la Mano en el Pecho? Se pagan fortunas por obras que se roban y se venden ilegalmente para tener que conservarlas en  museos secretos, una especie de cripta de coleccionista de la que sólo puede disfrutar el propietario y una pocas personas de su más estricta confianza. Pues bien, si persisten en decir que el problema es éste, pongamos todas nuestras obras maestras en venta, liquidemos la deuda o buena parte de ella y acabemos de una vez con la maldita crisis. El sacrificio, si tal es, se puede distribuir, para ser equitativos, entre diversos museos y comunidades.
¿Que resulta sangrante? ¿Por qué? Se sustituyen las obras por copias de absoluta solvencia, irreconocibles incluso para los expertos si no es por medio de recursos técnicos sofisticados. Al fin y al cabo ¿alguien puede asegurar que Las Meninas que vemos en El Prado son el original y no una copia y que el original no está a buen recaudo en los almacenes? ¿o la Gioconda del Louvre? Todos los museos admiten tener en  sus colecciones un porcentaje de falsificaciones difícil de precisar. Falsificadores famosos com Elmir de Hory, que esquivaba los rigores más extremos de la justícia no firmando jamás sus obras -o eso decía, por lo menos-, se mostraba orgulloso de afirmar en público que numerosos museos del mundo tenían obras supuestamente de artistas contemporáneos que, en realidad, había pintado él.
¿Qué diferencia existe entre Las Meninas -por seguir con el ejemplo- y una copia exacta, prácticamente indetectable, del mismo cuadro? Tan sólo el hecho, estrictamente simbólico, de saber que es  el cuadro auténtico.  Ese carácter simbólico es lo único que se pierde, eso y quizás un cierto número de visitantes atraídos por la supuesta autenticidad. Por importante que sea ese número de visitantes, no tiene parangón, en términos económicos, con los ingresos que se obtendrían por la venta de las obras. Todo lo demás, el deleite ante la obra de arte, los aspectos educativos, culturales… queda perfectamente intacto. Soy antropólogo y sé muy bien la importancia que tiene el simbolismo, pero, si la situación es ésta, si somos un viejo país que no puede pagar sus deudas, no podemos comportarnos como un orgulloso aristócrata que antes  que deshacerse de los blasones de la familia, despide al servicio o incluso acepta vivir en la miseria. Básicamente porque lo que está en juego es la sanidad, la educación, la vivienda, el trabajo, las pensiones, los salarios… no sólo la calidad de vida de casi toda la sociedad, sino la propia capacidad de supervivencia de algunas personas, la posibilidad de cubrir las necesidades más básicas de muchas otras y el futuro de, por lo menos, toda una generación. No hay color, con todo mi respeto, ante el sufrimiento y la necesidad de la población, que les den a Las Meninas o al Pantocrátor de Taüll.
Si éste fuera el problema tiene, pues, una relativamente  fácil solución. Con la progresiva venta del patrimonio artístico y una administración sensata, podríamos recuperar unas condiciones de vida decentes de una forma casi inmediata. Lo que pasa es que me temo, como comentaba en mi reflexión anterior, que éste no es el problema sino tan sólo una cortina de humo que sirve a los poderes económicos  para irnos conduciendo progresivamente hacia ese paraíso del capitalismo salvaje que han avistado y al que no piensan renunciar.
Pidamos que no recorten más, al contrario, que restauren el estado del bienestar y la dinámica de la economía real y que solucionen los problemas financieros con la venta del patrimonio. Y a hacer puñetas con la crisis. Podemos vivir perfectamente sin el patrimonio artístico nacional, pero no sin trabajo, sin casa, sin escuelas ni hospitales, sin pensiones...
Podemos probarlo ¿por qué no? Pero estoy seguro que, aunque reuniéramos millones de firmas, no nos iban a hacer ningún caso. Porque nos engañan miserablemente, porque, como dice Lluís Llach en una de sus canciones, no és això, companys, no és això.