diumenge, 23 d’octubre del 2011

20 N, el sentido del voto

Desde el momento en que las insituciones políticas democráticamente elegidas (a cualquier nivel territorial) ceden ante los intereses espúreos del capital especulativo, que reclama la devolución de una riqueza que nunca ha existido, la democracia parlamentaria queda seriamente afectada y se convierte en una  especie de ceremonial versallesco en gran parte vacío de contenido. La impresión de estar contemplando muñecos inanimados, que tenemos con frecuencia cuando escuchamos los discursos de nuestros políticos, no carece de fundamento.
Ahora, esas mismas instituciones, esos mismos políticos, nos llaman, en España, a participar en unas elecciones libres que se antojan una grotesca pantomima ¿Para qué vamos a votar? Ni yo ni nadie con quie yo pueda compartir algo votamos para que se aplicara esta política, para que desmontara el estado en su sentido más pristino y se sacrificaran sus más nobles funciones en los altares de las bolsas mundiales. El cuerpo me pide soltar un exabrupto y largarme con el viento fresco, ni siquiera me apetece hacer el esfuerzo de rellenar un voto nulo con alguna expresión soez.
Y sin embargo votaré, porque, ya lo dije en otra entrada ¿qué otra opción nos queda? Ante el asalto a nuestros derechos más elementales, a nuestras ilusiones más íntimas y modestas, a nuestro futuro, a nuestras propias vidas… ¿qué otra cosa podemos hacer que no sea utilizar los mecanismos de la democracia parlamentaria? Podemos movilizarnos, por supuesto, y espero que sigamos haciéndolo, pero con eso podemos conseguir como mucho ligeros retoques en algunas medidas sociales, influir en el estado de la opinión pública y la de algunos políticos… mo más. Repasemos la historia: ninguna revolución pacífica ha triunfado jamás en un contexto que se asimile mínimamente al nuestro. De nada nos valen ejemplos como los de Islandia, por estimulante que sea, con una población más propia de un vecindario de una gran ciudad que de un estado de la Unión Europea, ni la India de Gandhi, en un contexto mundial de sustitución del colonialismo político por el imperialismo económico, y que además terminó en un baño de sangre, ni las revoluciones árabes frente a regímenes dictatoriales sin ninguna legitimación popular y con el interesado apoyo occidental… No, en nuestro contexto, desgraciadamente, no caben revoluciones pacíficas para cambiar las cosas, ni se dan las condiciones, ni la relación de fuerzas, ni el sentimiento en la inmensa mayoría de nosotras y nosotros para cambiar el statu quo de otra forma que no sea ejerciendo nuestros derechos como ciudadanas y ciudadanos.
Por eso votaré, porque, a pesar de todo, la forma más plausible de reorientar el rumbo de la historia hacia el bienestar de la humanidad sigue siendo la democracia parlamentaria, no sola, por supuesto, pero como plataforma principal. Si no es a través de los parlamentos, me temo que no conseguiremos nada que no pueda ser deglutido cómodamente por el sistema capitalista, entendido como la preeminencia de los intereses del capital por encima de los intereses y las necesidades del  pueblo.
Y, puestos a votar ¿a quíén votar? He recabado y escuchado muchas opiniones en estos días, en todos los sentidos, y supongo que las seguiré recabando y escuchando y ofrezco esté blog como un espacio más para expresarlas y debatirlas. Unas hablan directamente de abstención, con el argumento de que esto, al bajar el número de votos necesario por escaño, favorece la entrada de los partidos pequeños, pero eso sólo valdría si los que se abstuvieran fuesen los que van a votar a los partidos mayoritarios, que, por lo menos en el caso de la derecha, está claro que no lo harán, y si no es así el efecto no se produce. El voto nulo, más allá de su función catártica, produce el mismo resultado en cuanto a aritmética electoral. El voto en blanco, en cambio, en la medida en que hace aumentar la participación encarece la obtención de escaños, para la cual se necesitan más votos, como sucede con el voto a partidos previsiblemente extraparlamentarios, ya que estos votos, si no se obtiene ningún escaño (muy caros en según que circunscripciones electorales) y, en todo caso. los restos sobrantes, también se van a repartir proporcionalmente entre los partidos más votados.
En esa tesitura, parece que los únicos votos que realmente van a encarnar la voluntad del o la votante son aquellos que se dirijan a partidos que previsiblemente vayan a obtener representación parlamentaria en la circunscripción en cuestión (y aun así quedan los flecos, pero, con esta ley electoral, no podemos controlarlos). Obviamente cada cual votará como le venga en gana (este derecho aún no nos lo han recortado) pero yo voy a intentar utilizar mi voto como un instrumento más de rebelión y para eso voy a votar a la izquierda.
No me parece higiénica la alternancia, ya sé que se dice mucho, porque, en el estado actual de cosas, debe producirse entre dos únicas opciones hegemónicas y cerradas. Mi concepción de la democracia tiene mucho más que ver con la pluralidad y las listas abiertas, que permitan, e impliquen, una mayor corresponsabilización de las personas con su voto. Y esto, de momento, no lo tenemos.
El gobierno socialista saliente lo ha hecho muy mal. Ciertamente ha puesto en marcha algunas leyes y reformas sociales importantes que pueden verse seriamente amenazadas por un gobierno de derechas  (quien viva o conozca Cataluña tiene una clara muestra, y representa que moderada, de lo que puede hacer la derecha, con el gobierno de CiU). Pero, en cualquier caso, coqueteó durante mucho tiempo con la burbuja inmobiliaria, se perdió en un laberinto de medidas paliativas para la crisis que no quería reconocer, medidas que no sirvieron prácticamente para nada, y, sobre todo, asumió el papel, que no correspondía a un partido de izquierdas, de acatar y aplicar las medidas impuestas por el directorio europeo. En ese momento, el gobieno Zapatero debía haber dimitido y convocado elecciones, por lo menos para que la ciudadanía tuviéramos bien claro quién era qué y dónde estaba. Un partido llamado socialista aplicando medidas neoliberales de carácter radical fue un espectáculo bochornoso.
Después vino el 15 M, y con él, muchos y muchas nos sentimos tocados por un hálito de aire fresco y comenzamos a manifestarnos y a levantar nuestras voces, y lo seguiremos haciendo sin desfallecer, que a nadie le quepa ninguna duda. Y nuestro mensaje caló, por lo menos formalmente, en algunos políticos de la izquierda. Alguno llegó a hacerse portavoz improvisado de nuestras reivindicaciones en el congreso, otros, me consta, han vivido serias crisis ideológicas y han promovido el debate dentro de sus partidos. Rubalcaba, aunque muy matizadamente, incorpora moderadamente algunas ideas surgidas del 15 M y las movilizaciones posteriores en su programa y otros partidos más a la izquierda lo hacen de una forma más directa.
Creo que debe entenderse el 20 N como una batalla más en nuestra lucha. Y esta no se libra con nuestra presencia en las calles, con asambleas, consignas o manifiestos, sino con los votos.
Todas las encuestas dan como claro vencedor de las elecciones al PP de Mariano Rajoy. Esto significa la derecha de la derecha, daría lo mismo poner en su lugar directamente a los directivos de los bancos y de los fondos de inversiones junto con algún grande de España. Y estos no nos van a hacer ningún caso, para ellos somos claramente el enemigo, un enemigo al que se puede tratar con condescendencia mientra no moleste demasiado, o con contundencia cuando consideren que ha cruzado la líneas de las buenas maneras. Bien, pues al enemigo ni agua, ni un voto por error u omisión. Dicen que su victoria es imparable pero si no lo intentamos no lo sabremos jamás.
En esta batalla incruenta hay que luchar con todas nuestras fuerzas para que gane la izquierda o para que, en el peor de los casos, el PP no lo haga con mayoría absoluta, de manera que no pueda funcionar como una apisonadora en el parlamento, sino que se vea obligado a pactar. Da igual que se vote al PSOE, a IU o a otro partido de izquierdas que pueda obtener escaños. Da igual mientras no se tire el voto. Yo me inclino por votar al PSOE porque pienso que es el voto que aritméticamente más puede favorecer al bloque de partidos de izquierda. No me gustan las listas que han confeccionado a base de codazos y con escasa renovación, temo la realpolitik y el apoltronamiento… Pero esa es otra fase de la lucha. Si se consiguiera un gobierno de izquierdas o, por lo menos, una oposición de izquierdas con capacidad de vetar según qué medidas de gobierno, según que iniciativas legislativas, al día siguiente tendríamos que estar pidiéndoles cuentas y exigiendo, para empezar, una renovación a fondo de la ley electoral para dar cabida a una mayor pluralidad y a una representatividad más directa.
Esta es mi opción en estos momentos, estoy abierto a reflexionar sobre todo tipo de opiniones razonadas, pero lo que no pienso hacer es votar por ética ni por estética, lo que estamos viviendo es demasiado grave y lucharé contra ello en todos los frentes, pero el dia 20 N mi arma, nuestra arma, es mi voto, nuestro voto.

dimarts, 18 d’octubre del 2011

¿Y ahora qué?

El pasado sábado un gran número de personas salimos a la calle, en ciudades de casi todo el mundo, distintas y distantes, para manifestar conjuntamente nuestra radical oposición  a la situación de injusticia social galopante a la que nos ha abocado el desenfreno capitalista.  Debemos celebrar nuestra capacidad de movilización, de autoconvocatoria, y especialmente en ciudades como Barcelona o Madrid, donde, más allá de los habituales bailes de cifras, las manifestaciones fueron masivas. Y debemos celebrar la globalización del fenómeno, la capacidad de actuar unidos frente a un enemigo común desde Hong Kong a Roma, Barcelona, Santiago de Chile o Nueva York, con unas mismas consignas.
Sin embargo, aun consciente de la grandeza de esa capacidad de movilización, me embarga un sentimiento de tristeza. Por diversas razones. Por una parte es un sentimiento que ya percibí en el ambiente en la propia manifestación del sábado en Barcelona. Era muy distinta de la del 19 de junio. El 19 de junio fue como un estallido de alegría colectiva, quizás por la inesperada constatación de la magnitud de nuestras fuerzas. En cambio, el sábado la manifestación discurría seria, como con desánimo, tal vez en parte por el insólito recorrido por tan amplias avenidas que invitaban a la dispersión, pero seguramente aún más por una extendida sensación de cansancio y desesperanza. Había mucha gente mayor, y esto es bueno, pero también es preocupante porque indica hasta donde ha ido calando la crisis.
Mi segundo motivo de tristeza me invadía ayer en la universidad cuando algunos colegas me preguntaban jocosamente si mi dedicación a combatir y reflexionar sobre la actual situación política y económica se debía al aburrimiento y uno me proponía que, si me sobraba tiempo, fuese a cuidar de sus hijos para que él pudiera escribir. Ciertamente tiempo no me sobra y compagino como puedo mis actividades en el blog, en facebook o en otros foros con mis obligaciones académicas y con mis compromisos de investigación y publicación. No sé si los comentarios eran fruto de la culpabilidad que debe conllevar esa neutralidad y esa inactividad tan cómplice. En todo caso, esos, y muchos otros de mis colegas, no fueron a la manifestación, ni mucho menos perdieron su tiempo en aportar ideas y reflexiones (otros sí), se dedicaron a hacer y promocionar currículum, como advertía aquí en un comentario Sustine Hefalu. Y eso produce una tristeza especial, porque uno piensa que la universidad, y no sólo algunos universitarios, debería ser un observatorio atento de la realidad social, y un foro de debate, opinión y propuestas ¿Dónde sino se debe llevar a cabo una reflexión crítica más allá de los intereses particulares de cada uno?
Pero, finalmente, lo que más me entristece es que después del 15 de octubre parece que nada tenga continuidad. Ciertamente no es así. Hay grupos que siguen en luchas muy concretas, por ejemplo  para evitar deshaucios; las asambleas, debates y reflexiones de todo tipo y en todos las plataformas físicas o virtuales continuan también, pero, precisamente después de la movilización es cuando se hace más evidente la incapacidad de ir más allá, de articular respuestas efectivas. No hace falta que lo diga Zygmunt Baumann, desde el 15 de mayo se es perfectamente consciente de ello, y, por otra parte, el conjunto del movimiento que se ha convenido en llamar de los indignados siempre ha rechazado la acción política formal y se ha puesto como objetivo despertar y aglutinar las conciencias, de los jóvenes en primer lugar, pero en última instancia del conjunto de la población.
Despertar las conciencias es un paso muy importante, pero insuficiente, hay que aportar y articular ideas y propuestas que permitan incidir realmente sobre el desarrollo político y económico del mundo. Pequeñas y grandes propuestas. Por eso quiero insistir en el papel de la política formal, de partidos, y en la necesidad de incidir estratégicamente en ella. No entro, por no extenderme demasiado, en la concreción de las estrategias electorales y postelectorales sobre las que algunos habéis opinado en este blog y que es un debate que está en la calle. Prometo dedicarme a ello en una próxima entrada. Pero es, yo diría que con toda seguridad, el flanco en el que más se puede influir para cambiar las cosas. Mi hijo, de 22 años, en la manifestación, me decía que esto se va a ir agravando progresivamente hasta acabar en una estallido (una revolución decía él) violento. Espero que no y pienso que precisamente les debemos a ellos, a nuestros hijos,  todos nuestros esfuerzos para intentar resolver las cosas de otra manera.
Por tanto, entre el 15 O y el 20 N, y después, se requiere el compromiso de todas y todos, un compromiso activo , grandes ideas que sólo surgirán de un brainstorming global en el que nos debemos emplazar y conjugar el poder de todas y cada una de nuestras mentes.

dijous, 13 d’octubre del 2011

Gracias

Gracias a todas y a todos los que os habéis tomado la molestia de acercaros a este blog. Gracias a las que habéis dejado comentarios tan cordiales. Gracias a todos y todas los que habéis manifestado interés por seguirlo y con ello me animáis a continuar. Me gustaría que éste fuese un lugar de encuentro más, como la calle, como tantos otros espacios físicos o virtuales que podemos compartir, para intercambiar nuestras opiniones. Os animo a escribir, a opinar, a converger, a discrepar… porque así es como nosotros hacemos las cosas, mediante el diálogo, el respeto y la solidaridad. En el entramado de nuestros valores y actitudes, de nuestros esfuerzos, en todo tipo de redes, radican nuestros poderes.
Este blog es muy sencillo, mis habilidades informáticas no alcanzan para mucho más, y, en este momento, pienso que primaba la urgencia, mi necesidad peremptoria, por lo menos, de decir alto y claro lo que pienso. Me gustaría que el futuro de este espacio, si queréis, fuese mucho más interactivo. Pondré de mi parte todo lo que pueda para mejorarlo, para hacerlo más accesible y atractivo, y me comprometo a mantener por lo menos una entrada semanal. Pero espero también que mi voz sea una más a sumar a las vuestras, aquí o donde me emplacéis. Entretanto, a todas y a todos los que me habéis leído, un sentido abrazo, y hasta el sábado, estéis donde estéis, porque por muchos quilómetros que nos separen, marcharemos juntos.

dimarts, 11 d’octubre del 2011

Días sin vino y sin rosas

No sé si vivimos en una crisis económica. Da igual. Si es una crisis no la provocamos nosotros, la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo, sino la desmedida ambición de unos cuantos  y la dejadez cómplice de otros tantos. Sin embargo, no sé por que designio astral, somos nosotros quienes la estamos pagando y la seguiremos pagando durante mucho tiempo a costa de nuestro bienestar, de nuestra dignidad, incluso de nuestras vidas. Y por esa razón, por ese gigantesco absurdo, por esa inimaginable injusticia, vivimos inmersos en una depresión social colectiva. No hay vino ni rosas en nuestros días, sino tristeza por lo que estamos viviendo  y miedo por lo que ha de venir.  ¿O es que alguien puede contemplar sin tristeza como crecen en silencio, casi con vergüenza, las masas de parados, o como los jóvenes parecen condenados a vagar como ánimas en pena en una especie de limbo que les niega la independencia? ¿Es que alguien puede no tener miedo a enfermar o envejecer en medio de recortes sociales? ¿a ser el siguiente en la cola del paro porque antes está la deuda?
Todos, menos los que han decidido meter la cabeza en un agujero y hacer como que no pasa nada (que no son pocos) sabemos perfectamente en qué situación nos encontramos, cómo hemos llegado a ella y lo que podemos esperar que suceda mañana.  Es útil repetir una y mil veces la injusticia flagrante de este estado de cosas, aportar datos, escandalizarnos ante cada nuevo desmán, sin duda, pero ya no basta, hay que actuar ¿Cómo?
El sistema capitalista tiene una inmensa capacidad de fagocitación, unas tragaderas enormes, y los ciudadanos somos pacíficos, hasta hoy ejemplarmente pacíficos, y no vamos a emprender una lucha armada. Pero debemos utilizar todos nuestros medios  estratégicamente. Sería insensatamente cándido no hacerlo.
Ahora tenemos ante nosotros dos fechas clave muy distintas entre sí y que requieren movimientos estratégicos igualmente distintos. El próximo 15 de octubre debemos ocupar, pacíficamente, reivindicativamente, con alegría y firmeza, las calles de nuestras ciudades. Nadie puede quedarse en casa, nadie es prescindible ni puede delegar su presencia. Debemos demostrarle al sistema, en todo el mundo, que “somos muchos más de los que quieren y dicen”. Los medios de comuicación de masas después dirán lo que quieran ¿Cuál de ellos puede vindicar con razón su independencia? Pero, afortunadamente, tenemos otras formas de comunicarnos, de saber que, en un lado y otro del planeta, nos hemos estado manifestando juntos. Una marea humana exigiendo responsabilidades y que le retornen su dignidad. Si todos nos movemos, por poco que sea, no caerá el sistema, pero el temblor se sentirá en todo el mundo. Aunque todos los que se queden en casa, acurrucados o abstraídos en sus realidades virtuales, contribuirán igualmente a amortiguarlo. En estas situaciones no hay neutralidad posible. La neutralidad está con el sistema y, por ende, con los recortes, con los despidos, con los deshaucios, contra el futuro…
El 20 de noviembre es otra fecha clave, ésta únicamente para España. Se van a celebrar las elecciones generales al parlamento de los diputados y, en este caso, no hay otra posición estratégicamente eficaz que votar, y votar a un partido de izquierdas, preferentementemente al PSOE (ahora me explico) o a algún otro partido, como Izquierda Unida, que tenga posibilidades de obtener representación parlamentaria. ¿Por qué votar al PSOE si el PSOE ha actuado como lacayo de los mandarines del sistema capitalista? Porque si el PSOE ha actuado como lacayo, el PP, al que todas las encuestas dan como claro ganador de las elecciones, probablemente con mayoría absoluta, actuará como leal administrador de los intereses de estos mismos mandarines, intereses que, con harta frecuencia, son sus propios intereses. Al PP no le dolerán prendas para seguir expoliando a la inmensa mayoría de ciudadanos para resarcir a bancos y especuladores de sus desaprensivas y desgraciadas aventuras. Todo el mundo ha visto “Españistán”, tomemos nota. Lo del PSOE, en geneal, es como si los perros guardianes del rebaño se hubieran vuelto locos, o, mejor, se hubieran visto impelidios por una fuerza irrefrenable a atacar a la ovejas, pero no por eso vamos a dejarlas al cuidado de los lobos!
Hay que evitar por todos los medios que el PP gane, o por lo menos que obtenga la mayoría absoluta, de modo que se vea obligado a pactar, a moderar sus ínfulas. Y los medios en este caso se llaman papeleta. Tan irresponsable es quedarse en casa el 15 de octubre como no votar el 20 de noviembre o votar en blanco, o nulo o a algún partido o formación que se sabe que va a ser extraparlamentaria. Porque todos esos votos blancos, nulos… o que se quedan en casa son votos para el PP, son escaños, capacidad de decisión para la derecha pura y dura.
Después del 20 de noviembre, puesto que no vamos a hacer ninguna revolución cruenta, necesitaremos la intermediación de los políticos. Por mucho que nos hayan decepcionado, y ciertamente lo han hecho a conciencia, no es lo mismo presionar sobre la sensibilidad de un gobierno del PSOE que sobre la sensibilidad (¿?) de un gobierno del PP. Después de las elecciones tampoco vendrán en ningún caso días de vino y rosas, deberemos seguir luchando con nuevas estrategias, pero nuestra capacidad de influencia en todo caso será muy reducida frente a los mercados y mayor, en cambio,  frente a los políticos. Y, en este sentido, no es lo mismo trabajar con la mala conciencia de los unos que con la indisimulada y verificable insensibilidad de los otros. Por pura estrategia.